Y NEVABA MIENTRAS…
…las perlas de lluvia congeladas y contínuas caían tristemente sobre la campiña.
Los rebaños se juntaban dándose calor, lo poco que podían brindarse ante tamaña gélida jornada.
Qué blanco era el páramo, qué descolorido estaba el vestido verde de natura.
Todo quieto, todo mustio, todo lóbrego…
Y la madrugada esperaba por un amanecer soleado que amarilleara la llanura.
Allá en lontananza se aprecia el cementerio abandonado de lo que fuera un poblado floreciente pletórico de juventud y amor primaveral.
Lástima, el tiempo pasó y todo huyó con los años que se hicieron invierno.
Lástima, los jóvenes amorosos trastrocaron en sabios ancianos que sólo conservaban recuerdos felices.
Años atrás, ellos disfrutaban de los campos, bailaban, comían juntos y fatigaban los trabajos duros de las mañanas tempranas y las jornadas extensas que terminaban con la luna y las estrellas.
Qué felices eran y cómo veían el futuro eterno…
Los árboles hermosean montes, colinas y la foresta se viste de fiesta con sus flores multicolores. Así el páramo disimula su ominosa y sombría extensión y también se alternan humedales y terrenos estériles.
Los habitantes de la región disfrutaban en su juventud y ancianidad la cambiante naturaleza.
Pero todo pasa y se termina; sólo nos queda mirar con alegría y ternura la felicidad de nuestra infancia y juventud!
Este es otro escrito que me sitúa nuevamente en mi querida Península Camber donde se halla aún mi hogar malvinense que me protegía de las inclemencias del tenebroso clima insular.
Le di a mi relato un giro benévolo y optimista negando las miserias de la guerra.
Eduardo Nicolás Romera