Se sentó en el muelle de la cama
con exhalaciones de olvido.
Recobró la fuerza del que ama
y se dispuso a borrar todo lo vivido.
Ya nada sería igual que antes,
pues, su mirada ya no entendía de distancias.
Y aunque de la luz hayan sido amantes
solo el aroma a nardos adornan sus prestancias.
Pero es que en el callejón de la vida y la muerte
leer todas las noches santas
o lo días de mucha suerte
es una tarea difícil para quien ya no tiene tantas.
La nostalgia nos cose a la vida
una ostentosa marca de calma
para que al cerrar los ojos no esté perdida
la fe ciega que llevamos en el alma.
Sin más, tal vez solo vino a despedirse
del otrora, del presente, del que sigue aquí.
O sencillamente no quería irse
sin el adiós reglamentario,
sin dejar ese vacío en mí
como un recuerdo de melancolía en un obituario.