Ámame sin el miedo de la queja,
que acuna soledades y nostalgias
e invade tormentosas añoranzas
dejando para siempre herida el alma.
Ámame sin cobardes aspavientos
que silencian la voz de tu garganta
y amilanan el grito que desea
mostrar las ansias que tu pecho cantan.
Ámame así, con el furor del verbo
que sensual resucita en lontananza
dejando huella de fogosa lluvia
que inunda el valle de mis esperanzas.
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