Que insensatez más grande pensar que me amarías para siempre,
que el amor como en una copa de baccarat no se volatilizaría,
que la belleza de tu mirada hacia mí jamás se apacentaría,
que la fidelidad del cuerpo no podría corromperse en otra piel,
que insensatez fue creer que en tu pecho vibraba un inagotable amor,
que tu corazón como cofre sagrado lo resguardaría hasta su final,
que insensatez sí, fue creer que alguna vez me pudiste amar,
pero de verdad que semejante idiotez fue suponer que tenías corazón…
Ya lo dijo Bécquer en sus rimas número sesenta y seis:
—¡Ah, barro miserable! ¡Eternamente
no podrás ni aun sufrir!
Y estoy mudando mi risa solitaria por la lágrima desértica,
he amurallado mi trance de tristezas entre profusos ríos de sal
sueño con un hondo visitar de tus ojos, deseo hacerlos prisioneros
de mis viejas historias de vidrio que tus manos demolieron
y hago entre la bruma madejas de tus palabras con mis sombras
no alcanzo el desglose con saldo a favor, la inversión de la saliva
entre recónditos te amos y los exaltados besos fue pérdida total
el balance de la situación es esta: cero activos, números rojos
ni siquiera para medianamente reinvertir, un legajo de cuentas
por pagarle a la autoestima, un inventario total de pérdidas,
cifra oscura de desencuentros, crisis embriagada de dolor
y sin rembolso del amplio concepto del amor que tus brazos
cruentos y prestos al engaño me estafaron,
fue excelso el IVA soportado que costeé por algo que se deprecio
tan pronto con la impronta en piel de saber que nada es eterno
incluso el inmemorial cuento de Sherezada tuvo un fin,
confió en ello pues, en reponer pronto el saldo a favor
con nuevas cuentas fiscales que abonen para sobrellevar las perdidas…