Obra Contenida
Del ritmo cotidiano del terreno culinario,
tras seis meses de no ver la luz,
y en espera de un nuevo alimento,
se desprende el frasco de la cocina,
sale a recorrer los espacios vivos o muertos
que las cuatro paredes a su alrededor le ofrecen,
sale buscando la suerte,
para no quedar arrinconado en otra esquina ausente,
vacía y silenciosa;
sale a encontrar materia que lo complete.
Anda de caza,
no le importa si su alimento será visual,
odorífero
o inerte,
tan solo quiere un compañero que no lo agriete.
Afuera,
están la obras
clavadas en el muro,
torcidas,
decoloradas y enmohecidas,
aburridas de recibir siempre la misma luz,
las mismas críticas,
el mismo viento,
anhelando caer,
ser recibida por otro espacio que la sobrecoja,
que la llene de confianza
y le recuerde que su arte no caduca.
La obra y frasco se encuentran,
se miran a través del reflejo que brilla entre las sombras,
se atraen,
se desean,
se enrojecen.
Y en lo fugaz de un suspiro la obra se suelta,
salta sin miedo,
fuerte y segura que existe un curso,
un curso ajeno que viaja en una sola dirección.
Cae.
Abajo el frasco,
con su boca redonda,
inmensa,
a veces estrecha,
ensancha sus borde hasta los límites del cielo,
se abre, se llena,
come,
se completa de color, historia,
emoción,
arte.
La obra y el frasco se enamoran,
se entienden,
se sueñan,
han renacido,
se han completado para ser uno.