Me enamoré
un día de la luna
sin darme cuenta.
Era de noche,
la vi como asomaba
tras las montañas.
En sus pupilas
los versos destilaban
melancolía.
Y allí me habló
de un mundo diferente
con su inocencia.
Nada decías,
absorta en la mirada
que te buscaba.
Y te sentiste
celosa de otra luna
y de sus versos.
Yo te contaba
aquello que leía
tras las pestañas.
Eran estrellas,
cigarras con suspiros
y muchos sueños.
Sentí tus labios
robándome el hechizo.
Y te besé.
Rafael Sánchez Ortega ©
04/01/21
La luna siempre es fuente de sonrisas y de vida. Con ella y tras ella, los niños y mayores, creamos sueños y nos dejamos llevar con su fantasía. Por ello acude muchas veces a los versos y a la inspiración y hasta nos saca una sonrisa cuando la vemos en el cielo.