Hurto el tiempo a las mariposas para volar
y danzar con desenfrenado baile a la muerte.
Nunca Dios me prodigó la compasiva suerte
de verlas vivir in extenso y en suspiros danzar.
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Capullos en flor, orugas pasajeras que habitan
el dulce susurro que deja la corriente a su paso.
Así quisiera yo, vivir el amor, más allá del ocaso.
Danzando con la luz mientras sus alas agitan.
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Hermosísimo es el dulce despertar de las polillas,
Las vemos, pero no se ve el ocaso de esas vidas.
Sus alas se agitan y una crisálida da la bienvenida.
Emergió y hela allí, viviente, colgada de una rejilla.
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Ataviada con sus frágiles alas vuela el cálido espacio.
Surca delirante y agitada, los lugares sisando al viento.
La mueve el impulso y, amplía sus alas, con más aliento.
Así va, circulando junto al Sol que, se torna, un topacio.
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En el jardín de la vida encontramos muchas alas rotas.
Y la triste esperanza que muere en minutos y en días.
Nada maravillosa es la espera cuando las penas expías.
Las lágrimas caen sueltas al piso; como las perlas rotas.
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Qué milagrosa es la corta estadía de la lábil mariposa.
Nadie la ve nacer, nadie la ve morir, pero sí, elevarse.
Va con la brisa y en un ritual de baile quiere marchase.
Ríe y se detiene a sorber el néctar de olorosas rosas.
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La hechizada, suele ser frágil y dúctil como la oruga.
Se desplaza temerosa en las cercanías de lo amado.
Si el amor se tallara por lo que, con él, se ha logrado;
alada la muerte, trenzaría traje negro, para la fuga.
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¡Si te sabes Mariposa, ponle sal y colorido a tus alas
y que nadie mate tu gozo, mientras tu alma acicalas!