La noche se abrazaba
al aliento cálido de tu boca
a ese dulce espacio de mi delirio,
donde el resplandor de tu cuerpo nítido
llenaba de luz azul el vacío.
Recorrieron mis labios
el horizonte indecible de tu alma,
llevándome al puerto de tu mirada
donde emergió como una epifanía
las olas de tu mar.
Escribí con mis dedos
sobre la textura blanca de tu piel
un verso sutil que nos hizo eternos;
¡Sí!, fuimos lluvia, cielo
y del alma un latido,
romanza al amanecer.