La poesía, como el latido del todo,
como el eje del silencio sobre el que rota
esta realidad de premisa ajada —inocua—,
puerta a la memoria, espada, tormenta,
perpleja y sanguinaria cadena perpetua
que violenta persevera en su resurrección.
Versátil, gime en la penumbra inquisitoria,
pero no duda en reír cuando sale el sol,
esquivando el sortilegio de otros ojos
que en el alarde veloz de un vuelo
franquea el umbral compañero
y se hermana en un verso de caracol.
La poesía, como patria y como vida,
como andamio firme de un castillo en el aire,
como sueño, como sangre, como alternativa,
como percepción emocional de lo que nos conforma,
como ese innombrable antídoto contra la materia
que nos hace justicia cantando su propia canción.
A veces es brisa, a veces es viento,
a veces me susurra secretos de océanos sedientos
y otras es un aleluya incontenible, grito, huracán,
caudal de oro líquido que rebosa por los ojos
y que el corazón se apresura obstinado
a guardar en un cajón.
La poesía, ese latido del todo,
que abarca lo visible y lo invisible,
el enigma que vive en el espejo
y la sencilla belleza de la flor,
el misterio indescifrable de un abismo
y la humilde melodía de mi voz.