Llegué a su lencería y me despojé de aquello que me separaba del paraíso. Entonces probé de su manantial.
Julia enlazaba sus dedos en mi cabello mientras se arqueaba, perdida en mis deseos.
De repente, ella tomó control de la situación. Y mordiendo mis labios, desapareció mis jeans y lo demás. Y allí estaba, mi dulcinea, mi niña frágil, aquellas manos de ángel comenzaron a arder en un celestial infierno. Y su boca de miel, endulzó mi hombría.
Podía sentir su piel, fusionándose con la mía. Tenía entre mis brazos, el tesoro que este pirata había buscado en lo extenso del mar.
Sentía que había caminado en el desierto toda mi vida, y Julia era el oasis de mi descanso. La tomé en mis brazos y la hice mía, pero mía hasta el alma.
Mientras admiraba su rostro y grababa cada centímetro de su piel en la yema de mis dedos, afirmaba en mi mente que luego de esa noche ya nada volvería a ser lo mismo.
Tuve muchas mujeres en mis brazos, que me brindaron buenas noches...
Pero allí, en ese instante, no tenía a una mujer. En mis brazos tenía la fuente que saciaba mi sed, tenía a Julia, y le hacía el amor como nunca a nadie...yo no sabía lo que era, y tal vez ella no sabía que me lo enseñó...
Tocamos el cielo con las manos, desvaneciéndonos del cansancio. La besé como si en algún momento fuera a desaparecer, como si fuera un sueño cruel del que podría despertar en cualquier momento.
Se durmió en mis brazos y me prohibí cerrar los ojos..
Me quedé inmuto, rogando al despertar encontrarla, y que todo no lo haya soñado...