Hiver

Sombras de luz

Sombras de luz

 

Entre los pasos de los manzanos

y la última vendimia del la tarde,

te vi escarbando las tinieblas;

quizás escarbabas buscando un rastrojo de tu niñez.

La vida, la vida y sus maléficas trampas…

Dónde caminar,

cuando solo palpamos las estatuas de la oscuridad.

Allí, inmóvil como las puertas de Emelina,

como el  escarabajo blanco que esculpió

las lunas menguantes de nuestros duros territorios,

te quedas mirando tu noche sin final.

Recuerdo el río arrastrando tus centinelas

entre sus fogatas de nieve…

Que sencilla era la vida entonces Dios mío.

Las piedras,

 vestidas con sus chalecos de lama bajo el agua,

aprendieron a caminar bajo tus pasos

y los peces que te seguían entre la fría humareda,

 eran el signo tangible de la melancolía.

Te recuerdo como una esfinge,

perdido entre los fanales,

erguido  en tu luz de roble,

cuando en la constelación de acuario

caía como un nudo algún sueño lejano:

como esa lánguida espiga que en Enero,

cae sin más muerte que la vida sobre el polvo del  camino.

Ahora, al omega de la luz se arrastran como lastre tus ojos;

escobajos sin más cielo,

que los curvados callados de la oscuridad.

Dios mío…por qué túneles navegan los corsarios

de los ciegos…

Qué creaturas de terror se envuelven a sus torpes lazarillos.

Como dos árboles acuñados a punto de caer,

sostienen apenas el umbral de una eclosión.

En la ciudad, allá a lo lejos,

los prostíbulos estarán dando sus primeros bostezos,

entre una música añeja y los párpados trasnochados

de los viejos faroles….

y en el monte el carbonero estará llenando

las colmenas del fuego con su tiznada soledad;

pero tú, segador de luz,

sentado allí bajo los arrozales de las parras,

con tu vaso y tu plato rebosando de tinieblas;

recordarás acaso el albor de aquellos pechos,

el olor del cobre en sus desgreñados cabellos

 y sus grandes ojos verdes…

como dos mitades de mundo

orbitando en medio de su rostro.

¡Dios mío…si pareces una sombra a medio terminal!

El lavatorio,

donde atracaban tus marchitos pies cansados

y el sol refrescaba sus llagas en la tarde,

sigue allí junto al arrollo;

 como una copa saliendo de una tumba

 o del aullido de un seno;

solo, solo, solo…

La bicicleta que embobinaba los senderos,

tiene un dolor extraño.

Se oxidaron los colores de tu memoria

y se derramo el vino en las acordeones de las cigarras.

Hermano mío…

cuando las tumbas bajan a conversar

con las amarillas osamentas

y el suicida mira, aún colgando bajo el árbol el amor,

pienso…si no sería mejor la luz de tus tinieblas;

la retina del tacto,

la acuarela donde a tu antojo

puedes pintar la muerte, la muerte…

 

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