No despiertes. Ya viene la locura y el amor y tienes miedo. Te bordean. Piensas en la locura y te pones en posición fetal en una imagen que es la tuya. Tienes miedo, te lo repites incesantemente. No aterrices. No hay donde. El suelo se ha diluido y solo tienes sus ojos enfrente. Sus ojos son lo único que queda de lo que ha existido. Grietas del tiempo. El tiempo se escapa y no vuelve. Boca de la nada. Se sabe que el tiempo y la nada estaban alineados. No se sabía de esta trampa. Crecen. Se crecen. Ustedes: Pronombre aterrador que se transmuta en uno solo. La sed de infinito. Busca sus brazos para saciarte. Buscará tus brazos para saciarse. Ella no sabe, pero tú lo sabes. La terrible nostalgia de haber perdido, de haber caído, para siempre. Cómo explicárselo, a veces ni tú mismo lo entiendes. Ella también tiene miedo y amor y la locura, no la sabes. Por qué te abrazo tan fuerte como si ya te hubiera perdido. Por qué tu sabes que te abrazo tan fuerte como si te hubiera perdido. Es la conciencia de irse siempre. La fuga incesante de lo que se mueve perpetuamente como un disparo al vacío. Es la conciencia de morirse, dicen, es la conciencia que nos empuja a la embriaguez de nuestro destino. En la pequeña llama del amor saben que van a morirse. Y aun así sus bocas se juntaron, se enlazaron, se chocaron sin poder separarse como dos resortes amarrados. Como dos resortes que se salen de la órbita, ustedes se han salido de la órbita, de la luz más pura que llueve de todas las estrellas. Noche sobre ustedes y no importa. Lo que sienten es subversivo hasta las entrañas. En su seno el amor es revolucionario, la transformación total que se erige en una persona. Hacía donde van, te lo preguntas. Esa pregunta es el miedo. No puedes decir amor porque te quemas. No puedes decirle amor porque te quemas. No sabes. Incertidumbre que te vacía de toda certeza. Vuelves y miras sus ojos. En su isla negra te acuestas. Están por encima de todos los cielos. Te asalta otra llama. Quién es ella detrás esos ojos si nada más existe en tu vera. Son las fronteras que no cruzas, que no puedes. Hacía atrás te empujan sus ojos, aunque te besen. No te revelaran el misterio, porque quizá para ellos mismos siga oculto. Te lo dices con la misma incertidumbre. No sabes cuantos siglos han pasado. Sigues enfrente. Sueño sobre sueño y otro. Ninguno de los dos estaría dispuesto a irse. Asombrados podrían quedarse en esa fuente que se desborda y que solo refleja una no forma que todos conocen en el pasaje metafísico en que crecen las flores. Tantas imágenes para describirlo. Pero empiezas a ver la luz. Luz de nuevo caída en sus rostros. Rostros primigenios. Sus bocas son dos flamboyanes que brillan en la lluvia. Sus cuerpos faros que atraviesan la penumbra del espacio. Caen como la hoja que despunta de la rama más alta. Debajo de ustedes cuelga una nube donde caen dos cascadas, y sube la música de la espuma y canta la niebla. Se ven como dos hermosos héroes vencidos por un ejército de sí mismos que no se diferenciaba. Esto ha existido siempre preguntas, y el silencio de cada objeto te responde. Confirmas que no sabes nada. Giras tu cabeza y quieres aceptarlo. Ahora no la ves a ella. Miras hacia abajo y vez un agujero. Te vez a ti mismo y la vez a ella antes de esto. Quieres ponerle un nombre y no puedes. Intentas abrir la boca y es viento. Vuelves a mirar de nuevo el agujero, y te vez a ti mismo hace un instante y hace un instante y no la vez a ella. Ha regresado el tiempo. Corre como regresa. Pero tú te has desvanecido porque se ha desvanecido ella. Cuando miraste por última vez el agujero ya no te viste, eras solo un fantasma, incluso la eternidad te había perdido.