Visitó el poeta. Un mercado de alaridos, florecientes,
El vestía, un escueto e insensible alarido muy doliente,
Buscó para él. El prototipo, más cómodo, más ferviente.
Para engrandecer su amor. Y repartirlo, todo a la gente.
Y se preguntó… ¿qué alarido debía, vestir…?
Habían, alaridos alegres, de alentadores soles radiantes,
En los días tristes. Masajean las coyunturas del alma. Y de esplendorosos rayos, se viste.
Hay alaridos pujantes, que no le temen a nada…
Superan grandes contratiempos,
Son los que siempre, siguen adelante.
Hay alaridos que desbordan tanto Amor y bondad,
Como las trepidantes caricias, de los enamorados.
En los instantes más bellos, golpean el techo del cielo.
Escurriendo, gótica a gótica, su Amor, como riachuelo.
A través de un escueto, e insensible alarido perverso.
El malvado intenta opacar la exultante y bella poesía,
Con la que el valiente poeta, quiere cambiar el mundo.
El Amor del poeta vence, con el altruismo de su verso.