Comenzaba el otoño, pero aún se sentía algo intenso el calor. Fue entonces que Eloide decidió dormir con la ventana abierta, al fin dormía en el segundo piso y no había peligro de que alguien intentara meterse.
--¡No es posible que esto me esté sucediendo a mí! --, lamentó adormecida al advertir que algo se encontraba pegado a su espalda, no quería ni moverse, sentía su tibieza a la vez que escuchaba un tenue ronroneo.
Serían acaso las tres de la madrugada y totalmente a oscuras, aterrorizada, con la respiración agitada se dio la media vuelta poco a poco sobre la cama palpando con su mano, tocó algo suave y peludo. Sin pensarlo dos veces tomó al intruso de los pelos, entonces el animal lanzó un lastimoso maullido cuando lo aventó lejos de su presencia.
Apenas cayó y de un salto estaba nuevamente sobre ella, mientras se encontraba paralizada del temor que en ese instante experimentaba. Volteó el rostro hacia otro lado frotándose los ojos, creyendo que se trataba de una pesadilla, pero, era tan real como la luna llena que se dejaba ver sobre la delgada cortina.
Nuevamente se armó de valor para enfrentarlo, tenía que sacarlo a como diera lugar. Al voltear a verla y con la luz de la luna pudo distinguir dos llamas encendidas como brazas en lugar de ojos, pensó que era debido a la oscuridad de la habitación, pero al encender la luz, comprobó que era real. Fue entonces que el terror se apoderó de ella, sintió erizársele la piel y quiso salir huyendo de la habitación, pero le fue imposible moverse debido al pánico que se había apoderado e ella. El rabioso y astuto gato la miraba desde aproximadamente dos metros de distancia fijamente en posición de ataque. Como esperando que se acercara de nuevo para embestirla furioso. Un débil rayo de luna se coló por el dintel de la ventana, y al dirigirse hacia el micifuz, escuchó como pegó un largo maullido y sagazmente se lanzó sobre ella arrancándole parte de su mejilla, para luego huir encrespado lanzándose por la ventana perdiéndose entre la tenebrosidad de la noche. En tanto ella caía al suelo adolorida y presa de una profunda depresión nerviosa por la fuerte impresión.
Al salir del shok en que se encontraba, apoyándose en el suelo con su mano izquierda y con la otra llena de sangre cubriendo la parte del rostro adolorida. Se levantó para dirigirse hacia el espejo y darse cuenta de la enorme herida que el animal le había causado. De inmediato marcó por celular a Elliot, quien era su amigo de muchos años para contarle lo sucedido.
--¡Elliot por favor ven lo más pronto posible, es urgente, un gato me atacó! --
El joven médico llegó media hora después, para revisar la herida que por arte de magia había desaparecido.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
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