Altaneros, sí, altaneros,
hacen dúo: hombre y mujer.
Ambos eran maniobreros,
pero no eran forasteros...
¿Quién se lo podrá creer?
Llenos con su fantasía
avanzaban por las calles
con refinados detalles;
y, con tanta algarabía,
vomitando porquería.
Con ínfulas y arrogancia
caminaban paso a paso;
con refinada fragancia,
adornando petulancia
sin reservas, ni retraso.
Se sentían en la gloria
en las nubes, en el cielo.
Siempre bruscos con recelo
y aureola de Pretoria…
¡Disfrutando de su vuelo!
¡Pero qué inesperado era!
Al llegar a la palestra
ocuparon la trinchera
en silencio y con sordera
de manera muy siniestra.
Su arma era la humillación
y la palabra insolvente
con perfil tan prepotente
ofendiendo a la razón
en un mundo decadente.
Produciendo repugnancia,
hacían buena pareja.
Y, ¿de qué sirve la queja,
si es culpa de la ignorancia.
Cuál será la moraleja?
Esta historia es muy contada
por todos los recovecos
cuando nace la alborada
alumbrando tantos huecos
en conciencia limitada.
No se ofusque, ni se ría,
ellos gozan de renombres.
¿Y quieren saber sus nombres?
¡Son Poder e Hipocresía!
Hoy te pido: ¡No te asombres!