Alberto Escobar

De picos pardos

 

Como viajar sin ver.

 

 

 

 


Un libro, un buen libro...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Diez de la mañana.
Biblioteca de la Facultad, estudiando para un próximo examen.
Todo era silencio, ni siquiera un leve bisbiseo que acompañara, que apuntalara
los conceptos que a duras penas iban entrando, todo concentración y compromiso.
Algo de hambre.
Me entró algo de hambre cuando trataba de desinextricar el melocotón 
de uno de los temas principales —de esos que sabes que van a entrar.
El esfuerzo de entender equivale a correr cuatro kilómetros —pensé—.
Aparté el recado de estudiar y delimité un conjunto vacío para disfrutar
del asueto, de los sucesivos bocados que iba a emprender sobre un bocadillo
que yo mismo me preparé en casa y que por tanto, el desliamiento del aluminio
no iba a depararme sorpresa alguna. Me lo comí sin pensar en álgebras ni éuleres.
Limpié la mesa con el interés de un cirujano sobre una pieza anatómica y proseguí
hacia el descubrimiento del enigma; el melocotón se me resistía, pensé en acudir
al departamento para que me extendieran ayuda humanitaria, no lo hice, pude...
Tras este logro seguí hacia la tarde, el reloj parecía tomarse un respiro y romperse
por dentro, las manecillas ni caso; terminé hacia las cinco de la tarde, café y pastas.
Tras la tempestad vino la calma y, para no desdecir al refrán, me fui de picos pardos
—por aquello de que los conceptos adquiridos prenden con más fuerza si los dejamos
reposar al baño María.
¿El examen? Estupendo, tuve que ir a septiembre.