Soñé que moría, que al cielo llegaba,
al trono celeste del Dios inmortal;
que en forma serena, sutil preguntaba
si fueron mis actos adversos al mal.
Los hombres, me dijo, de fe han de vestirse,
con mucha ternura, nobleza y piedad;
y nunca esperanza la dejen morirse,
si buscan la estrella de la libertad.
Les di a los humanos, el don de la vida,
mas nunca le quiten, al débil sus sueños;
y siempre sostengan la tea encendida,
de aquellos que luchan, por nobles empeños.
Jamás que egoísmo destruya a tu hermano,
y juntos levanten, de paz el pendón;
que siendo bizarros, igual que el troyano,
serán de la tierra, de luz, el bastión.
Entonces pregunto, con dudas sombrías,
poniendo en mis labios inmenso fervor:
¿Por qué tu permites que las tiranías
inunden el mundo de muerte y dolor?
En busca de amparo te claman las voces
de pueblos que sufren la cruel actitud;
de sátrapas fieros, de instintos atroces,
que ponen cadenas de la ingratitud.
Le miro silente, que queda callado,
sin darme respuesta que pueda entender;
y busco en sus ojos el rayo sagrado,
que dicen que puede maldades vencer.
¡Entonces despierto, sintiendo es mentira,
que Dios poderoso su ayuda dará;
y pienso que luchas, que amor nos inspira,
tan solo el coraje, su triunfo obtendrá!
Autor: Aníbal Rodríguez.