Rapsodia de los ángeles
Dónde se van los ángeles pequeña mía…
si en cada semilla que recojo de la tierra
mis dedos besan sus manos.
No es cierto…
no se van…no se van…
están allí, en los columpios destrozados por el tiempo;
en la tierra preñada de los sepulcros
van mirando los paisajes,
como aquel niño que se marcha
con sus mejillas besadas,
por el dulce terror de un espanto.
Entre el humo de las hojas aparecen de pronto
los pañuelos difusos de sus lágrimas;
caminan con los solitarios por las solitarias aceras
cuando la brisa sale a estrenar sus nuevos tacones
por las calles…
Los has escuchado amor, verdad….
La lluvia jamás traspasa sus fronteras
y los charcos se abren como tus piernas;
al beso frío de sus pasos.
No, no se van los ángeles amor mío.
A veces los veo pasar por el afelio de mis ojos;
hurgan entre los trastos viejos de la cocina
y esparcen la harina de sus huellas por el piso,
o roncan tras los espejos
cuando me asomo a llorar con mi encuentro,
con el espejismo devoto de mi muerte.
Qué harán con toda esa eternidad;
con la agraria licuación de sus esperas,
y aquellos que se fueron entonando el himno del dolor,
(como Guillermo…)
dónde estarán, dónde…
Y dónde te irás tu ángel mío
con estos pobres poemas que te escribo,
con esta sed calcinada y desmedida,
con la pirómana turba loca que te envuelve,
saqueándote los pechos y el enjambre laborioso de tus labios,
de tus labios, de tus labios, de tus labios…
Dónde te irás tú ángel mío…
quién te hará llorar de nuevo, como estas avenidas;
segadas por el humo y la miseria…
qué mano acompañará el cortejo de tu vestido
despidiéndose de tus senos antes de estrellarse
con el salvaje oleaje de mi boca…
Ángel, ángel, ángeles…
que en el viento pasan sin sustancia,
o suspiran tendidos sobre la hojarasca
como aquellas madres fuera de las cárceles:
mordidas por las estrellas, aserradas por el frío,
por las goteras azules de la noche…
No, no, no se van los ángeles amor mío…
no se van, no se van…
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