Duendes y libélulas, rodearon
a la niña de rizos rojizos.
El zorzal, se despertó de
buen humor y la levantó
de un suave sueño.
Era desde ese día un
malestar que se había
difuminado con el
canto de las aves,
las cascadas que se
asomaban cercanas y
el aroma de las
flores silvestres.
Un rico mundo emergía
a sus pies. Ella quizás
entre atónita y sorprendida
resplandecía alegría,
por sus logros, por
sus silencios y por ir
creciendo poco a poco
y venciendo algunos
miedos que la supieron
paralizar, quedando
atrás en sabiduría y
conocimiento