Me agarró desprevenida
una madrugada, ya vencida,
melancólica y deshinibida.
Me tomo de sorpresa
a esas altas horas,
cuando de la noche
me vuelvo presa.
Me llevó muy despacio
por un frágil puente
y, tomada de sus manos,
desandé lentamente.
Entre risas e indirectas,
fue dejando una puerta abierta.
Y en mis manos puso la llave,
cuando menos me dí cuenta.
Él me embriagó,
me sirvió una copa
de la más fuerte poesía
y en mis labios ardían
palabras de pasión.
Él encendió
un inocente fuego,
que se propagó hasta mi mente
y desencadenó al corazón.
Confesiones crudas
brotaron desde mi ser.
Confesiones de un alma desnuda,
más apasionadas que la piel de una mujer.
De mi lengua brotaron verdades,
imposibles de retener.
Me embriagaste de poesía
y ya no supe, ni me quise detener...