El color es el sufrimiento
de la luz.
J.W von Goethe
Algo se me remueve por dentro.
Noto está mañana como los corpúsculos
se me revuelven retozando en un éter
enmarejado, tormentoso, no sé de dónde...
Quizás el desayuno no haya sido pasto
de un intestino dispuesto a exprimir
hasta el último aliento, quizá una desgana,
abulia o desidia, una quemazón veraniega
que se refrenda a sí misma, bajo este sol...
El caso es que estoy suspenso, pienso en ella,
ayer, en el núcleo sintagmático de la noche,
fluyendo y refluyendo un líquido citoplasmático
que claudica, que rezuma como un búcaro fresco.
—esto que cuento es lo que acierto a contarme,
cualquiera sabe qué es lo que realmente bulle
tras mis cáscaras, me conformo con una explicación
que aunque peregrina me deje conforme.
Decía que fue ayer, sí, después de una tarde
de dimes y diretes, reconciliación y velas,
postres y dulces, borrón y cuenta nueva.
Ayer, sí, en su casa, no en la mía —la mía no estaba
en estado de revista, no era nido para estos pájaros...
Me he despertado y pienso en ella, pero no quiero
llamar ni dejar mensajes, quiero que este festival
de miradas y actos busque su reposo, espero...
Pongo jazz, el jazz que en París —según Youtube—
envuelve en papel celofán el pospartido, las miradas
perdidas contra la pared que quedan tras el naufragio,
el caldo caliente de yerbabuena para reponer fuerzas.
Me está entrando sueño otra vez, no quiero soñar
porque ya soñé ayer, no es bueno abusar de Morfeo...