No sé su nombre. Seguirá siendo Ana, y nada más,
las personas sin nombre ejercen una fuerza
diferente, magnetizan la desigualdad, porque la curiosidad
es realmente de los animales, no sólo de los humanos.
No sé su nombre, que ahora llamo Olivia, y nada más,
hasta que los últimos lemmings caigan en picado
por los barrancos, uno al lado del otro, o hasta ser papa
o general sea sólo pasado.
No sé su nombre; tal vez Sila le convenga, y nada más.
Nunca más se me ocurrirá nombrarme a mí mismo:
mudo sordo ciego con una sola pierna
pero con un grado agudo de la Nada que nos asalta a todos,
aunque todos se crean felices librepensadores.
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