Escribir exigió siempre de
cierto rigor. Poner un nombre
al desorden lógico del tiempo,
siempre quiso de preferencias
y de agendas no manipulables.
Conviví, desde joven,
con restas y sumas, caligrafías verdes,
llenas de multiplicaciones
y divisiones, enraizadas
en el espectáculo nunca viable
de los abstracciones matemáticas.
Iba poniéndole nombre propio
a cada cosa
surgida del camino. Así, ola, temblor, trigo, pinar,
se convirtieron pronto en compañeros
míos inseparables.
Ni escribir ni vivir me fueron nunca fáciles-.
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