Son las sombras ejercitándose
emulando viejos monarcas de piel rosácea
donde estibadores de puertos desconocidos
extraen la fórmula de multiplicar su capital.
Abandonadas cenizas que el aire lleva
como un traje o un atuendo perseguido,
cristales abonados por un reguero de pólvora
situándose en la perspectiva del ciego.
Son las antorchas enardecidas de tiempos
primaverales, como cerezos blanquinosos
en manos del azogue, y ese dulzor de las cosas
bien hechas que aspiran los madrugadores.
El alba queda derrocada, entonces, sirviendo
su fruta los espabilados retoños de los árboles.
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