La herida es el lugar
por donde entra la luz.
Rumi
No hay curación si no se incide.
El agua que cae de la lluvia tiene eso.
La neblina que se levanta de mañana
niega al Sol pero de tarde lo subraya,
y la nieve, ¡Ay la nieve!, que patito feo
de los meteoros se siente frente al resto
—chubascos y tempestades que señorean
los partes meteorológicos— y a la postre
deviene cisne tras su blancor palpitante.
El agua es nacimiento, es verdor de tierra,
es savia que penetra para escocer heridas,
es esperanza de mayo, rompe los diques
y reblandece conciencias, es rendija
por donde las monedas entran y depositan
sus tesoros, es oro y leña, es regazo y breña.
La nieve es agua, pero un agua que renuncia
a su presencia, esquiva y rebelde a los vasos,
a las normas y leyes, desdice las termografías
y los arquímedes, los experimentos quiméricos
y otras animalidades mitológicas sin cuento,
revienta calderas y epicentros, y pide libertad
y buenos alimentos; la nieve es el alimento.
El agua que cae de la lluvia tiene eso, y no aquello.
Dame agua, agua que limpie las antesalas, agua
que verdee por dentro mis alternativas, vida
que inunde y sustituya mis ranuras por velcros,
¡Cielo!, azuléame los horizontes si tempestades
anuncian mañanas de fronda y tardes de tertulia.
¡Sí, limpia mis heridas y después ciérralas con llave,
cual si nunca hubieran existido ni en mis anales
ni en mis leyendas. Quiero que entiendas
que lo mío son naderías y como naderías escribo
no me las tengas en cuenta; es solo un ejercicio.