Cuanto más escribo más
quiero escribir.
—Erasmo de R.—
Más quiero
mas me contengo, porque
no todo es escribir.
Hubo un tiempo, no lejano,
en que era diario, agotado
cumplía la misión impuesta
hasta que la parca me amenazó.
Lo dejé un poco, solo tres veces
me propuse derramar el tintero.
Al sonar la campana y tocar a rebato
dejo todo, me siento plumier, salvadera
y cañón de pluma y me dejo sentir.
Tras, me conecto con mis centros
neurálgicos y parlamento con la musa
—a veces no contesta, no se pone
al teléfono—
y tras la audiencia reflejo blanco
sobre negro — ¿O es al revés?—
el acta completa que cual balsa
recoge la lluvia que maná brota
de los cielos —qué cursi me ha quedado
esto.
Lo que decía al principio (más escribo
más quiero), aunque me contento
con los tres actos semanales que profeso
porque hay otras actividades que merecen
el atención y respeto por mi parte,
y que necesitan el cariño del tiempo,
ese que se va y no se despide,
ese que deja estelas en la mar
y que desaparecen cuando los pies
se alejan de la senda.
Aquí sigo por tanto, con esta cara o cruz
de una moneda cuyo reverso es la lectura,
y que sin ella carecería de una suerte
de gasógeno nutricio que cual calamar
derramo por gusto, no me cuesta el dinero.
Aquí dejo en remojo a la musa
—que contenta no la tengo—
y las neuronas a otra cosa, que hay muchas
y buenas...