Como un campo de girasoles agonizantes
tras la caída de la tarde,
una bandada de mirlos estalla entre los árboles,
elevándose hacia el fondo del cielo que se duerme.
Viento con pájaros sobre el cielo marino.
Cae la tarde, se va apagando
y yo desde algún tejado
contemplando los colores,
que mi daltonismo no sabe mencionar
ni pintar en cuadros absurdos
prefiero el folio en blanco.
Los colores que no veo
guardados en un estuche intimo.
La armonía de los cuerpos
se escapa
con las primeras sombras
y arden los hombres con las bocas cerradas
por no expirar el último aliento.
Al fin se derrama la tarde
sobre el cielo desenfocado
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