Hiver

Al vino

Al vino  

 

 

Ahora que el trigo ha levantado su estandarte

de panes y de canto

y que sobre el viejo árbol los nuevos nidos

se han colmado de vallas luminosas,

vengo alzar la copa de mi oficio

al sacrificio eximio de la tierra,

a la sangre pura que tejió la vid en sus raíces.

Ondulante, como un río de sílabas viajeras

el invierno esparció sus cereales

sobre las trenzas desnudas de las viñas.

Como rondas de niños,

de rodillas cayeron los potreros

entre la escarcha y las garzas volanderas de la niebla…

Paciente esperó el valle en su sustancia

de abejas y cigarras soñolientas tu llegada,

hasta que irrumpieron las oriflamas de tus gemas,

tus rosaledas de jazmines

aventadas por los pechos maternales

de la rubia primavera.

Subió el cielo por tu savia, hacia tus manos generosas,

depositó la miel sus labios de polen y de azahares

en cada rosa planetaria de tus pulpas.

Como una flor marina ardió el racimo

de pompas y temblores.

Y subiste vino, en tus cuerdas de topacio,

hasta colmar de celestes campanadas

las manos mansas y silvestres del labriego.

El sol te cubrió con sus amapolas fabulosas,

el zorzal te incubó en el llanto de su lira…

así, en sus brazos de metales y de arcillas milenarias

te llevaron los hombres de mi patria

al lagar arrebolado y frutal del roble ultramarino,

hasta que abriste el cerrojo de tu esencia,

tus dorados potros y azuladas colmenas de violetas.

Así llegaste, en tu liquida comparsa de estrellas iracundas,

en tus violentos potros oxidados

a blandir tu espada agraria en mi copa de nostalgia.

Todo fue hecho a la medida de tu sangre;

un solo camino vino a cruzar tu frente de avellanas y ababoles.

Farol del amor…

pedernal del labio de una cadera amada;

este es mi canto, mi racimo de pájaros lejanos,

para tu gloria.

Alfarero tutelar del surco frutal de los metales,

sal pura de todo el universo,

abrevadero de las almas solitarias,

compañero codo a codo…

en el llanto de la vida y de la muerte. 

 

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