No ha pasado mucho
desde aquella mañana del domingo
en que desperté con tantas ganas
de haber dormido contigo.
Mi imaginación: Mi mejor aliada.
Mis manos: Mi perdición momentánea.
Tus clavículas: La razón de mi suspiro.
Tus cabellos: Lazos en los que me he sumergido.
Ríndete con la piel tan cálida,
abrasado por los rayos del sol.
¿Hace falta que te diga
que contigo no tengo autocontrol?
Comparte tu fragancia matutina
enloquecedora de iglesias.
Me siento como golondrina
atrapada entre tus demencias.
Tus insomnes ojos son mi sentencia de muerte;
mi mayor trastorno es tu apática voz.
No quiero sentirte como ser inerte,
cuando en realidad eres feroz.
Y aquel eras tú, claramente, como una visión:
Patán, esbozando una sonrisa de emoción,
llena de tanta vergüenza del pasado
y tanto miedo del futuro.
Una imagen de ensueño:
el espejismo más puro.