Cuánto despreció emiten tus palabras,
que hieren, que matan,
que obligan a unos cuantos
a cometer actos violentos
sobre si mismos.
Cuánto odio emite tu discurso,
que envenena la sangre de los distraídos,
que destruye la calma de los precavidos,
y desdibuja la mente de los malditos.
Si por ti fuera el mundo estaría destruído,
tu lo dejarías en ruinas,
sangrando en la oscuridad
que se apega a tu sueño bendito.
Pues la única idea que veneras
es la de ver el mundo muerto
antes que ver el dolor que generas
en todos aquellos que escuchan tus gritos.