La puerta esconde nubes negras
que opacan al sol.
El dolor punza mi cuerpo,
trepa hacia mis manos
y afloja el brazo con que sostengo a mi niño.
Necesito evadirme.
Pisar la tierra, esquivar la barbarie.
Camino bajo cortinas oscuras
para alcanzar otra puerta
que promete felicidad.
Sin embargo, atrás de ella
un monstruo sin cabeza
me desafía,
amenaza con convertirme en arpía.
El niño se aferra a mi cuello,
De pronto, me tienden una mano,
es una niña,
¡no!, es un hada;
que me arrastra a su alfombra mágica,
Y nos elevamos hacia el horizonte luminoso,
a otro fantástico mundo.