Alberto Escobar

Como un azucarillo...

 

Toda la ciudad obscurecida se me abría 
como un interminable perdedero. 

—Carmen Martín Gaite. Fiebre—

 

 

 

 

 

 

 

 


Me lo encontré en la calle.
Estaba allí sentado
—concretamente en la letra C—
viendo pasar el tiempo, el gentío
—la calle estaba concurrida.
Rozaba levemente los trece años,
todavía incumplidos, me miraba
como si las pupilas fueran dos signos
de interrogación, ¿Por qué, qué he hecho?
Se llamaba Carlos, me lo dijo él, no pregunté.
¿Qué te pasa, por qué estas aquí?, fue eso
lo que se me ocurrió preguntar a bote pronto,
Fui a casa, llamé y nadie me contestaba,
los vecinos ni mú, y no llevo llave todavía,
aquí estoy esperando, sin amigos, ya es hora
de cenar y la calle solo sabe de mayores.
Vente conmigo, le dije, pero no te conozco,
me contestó con razón, el mundo no está para
excesivas confianzas, nunca se sabe, confía 
le dije, vivo cerca de aquí y no es la primera vez
que te veo, no así, sino jugando y con una sonrisa
en la cara, quiero verte esa sonrisa otra vez, bueno,
me iré contigo pero antes vamos a ver si mis padres
han vuelto, llamamos a una puerta sin aldabón 
y de madera carcomida por la pobreza y nadie
ni nada se movió al otro lado como signo de respuesta. 
monos, le dije, sí vamos, dijo él, con el rostro
sombrío, como si una catástrofe estuviera sobrevolando
el contorno de las narinas, cabeza gacha, derrota. 
Al día siguiente tampoco, nos topamos con una vecina
que salía a sus menesteres diarios y nos dio el mazazo:
Carlos, lo siento, tus padres, volviendo del trabajo...
Nos desmoronamos como un azucarillo harto de leche.
Aquí sigue conmigo, no tenía más familia, lo adopté.