FERNANDO NOVALBOS

MORA, 23 DE ABRIL DE 1521

MORA, 23 DE ABRIL DE 1521

 

Cuando quemaron la puerta, la tarde agonizaba en la iglesia,

nadie sabía quién era Diego López de Ávalos,

y quienes tenían noticias temblaban de miedo,

ese día no habría lluvia, ni siquiera ondeaban las banderas,

un hombre inquieto y despistado andaba por la calle,

buscaba en su vida los relojes rotos de la propia existencia,

la venganza en el cuerpo del alma, la destrucción, 

mientras que su mujer acurrucaba el lomo calenturiento

de la primavera que respiraba de los latidos bulliciosos.

 

Su esposo, y la luna invisible que rondaba las vidrieras,

pudiera ser que transcurrida la tristeza del invierno,

tristemente dejaron de respirar,

pudiera ser que el mensajero recolector no fuera corructible,

así que la esperanza de evitar la ceniza calmó la angustia

de los huesos amarillos,

los pobres que apagaron la luz se sintieron náufragos

de un mar inexistente que les negaría todos los besos,

hasta el de la sábana que cubre el cuerpo de quien muere,

luego las cosas fueron avanzando, el Santo sollozaba,

el corazón ilusionado se perdía en el sueño de los ojos,

y el amor,

en las entrañas de quien sabe que está a punto de perderlo todo.

 

Mora, mi pueblo, 23 de Abril de 1521. ¿Dónde estábamos?

¿Ya éramos nosotros de una manera profunda?

 

La pólvora del coro, la intimidad del recinto, y la adversidad,

penetraron la esencia del clamor en las campanas de la torre,

a escondidas, por la noche, para detener la luz de la alondra,

una resurrección inclemente fácil de descubrir,

una alameda de dolor colgando del llanto de los abedules,

una eternidad que se sumerge en los pies flotentes de los veleros,

mágicamente, sangrientamente, pieza a pieza,

cerca de la derrota que conduce a la eternidad acribillada,

hoy, como la bomba inútil de los primeros versos,

contra los arrecifes de la soledad moribunda, ahora,

inundados de tantísimos precipicios,

para abrir la misma puerta que quemó la tibieza que desmorona,

las hojas que pintan el sol nadie las desvanece, y nosotros,

apedreados por el recuerdo que hiere de cualquier forma,

reconstruimos el porvenir que se escribe en nombre de la poesía,

para existir, como el polvo que vuela con las mariposas,

sintiendo cada capítulo, sin la armadura del extraño caballero,

agarrados a la fuerza que gime en nuestros pechos,

mientras que aquella mujer sigue acurrucando el lomo calenturiento

de la tarde a la primavera que respira de los latidos bulliciosos,

y su esposo a la luna invisible que ronda las vidrieras.

 

Mora, mi pueblo, 23 de Abril de 2021. Estamos presentes,

y somos, todos nosotros,

de una manera profunda y verdadera,

los que celebramos la simiente de una patria

en medio de aquellas cenizas de donde nacen las flores.