Cuando la hoja estaba dormida;
No sintió el pesar de la mano
Sobre su pálida piel impertérrita
Donde quedaron sombra y aliento tatuados,
Ni sintió las palabras ariscas que rumiaban a medio secarse.
Ni la mirada nerviosa que escrutaba sus rincones más íntimos
Ni la luz de lámpara que estiraba las horas nocturnas.
Ni las marcas conjuntas que permeaban su espalda
Ni el olor agrio del marcador fluorescente.
Pues al final la hoja solo sentía
Lo mismo que sienten las fibras de un hilo al coserse.
Lo mismo que sienten las células al formar un tejido
Lo mismo que siente una nube formando el cielo.
Lo mismo que un lector cuando lee a escritores antiguos.
Que siente que está a la deriva; que somos unidad de todo y nada.