Sobre la inquietada turba
en gritos enfurecida:
¡crucifíquenlo, crucifíquenlo!
se posa una triste mirada.
Era el hijo del hombre
en controvertido juicio,
el pueblo que amotinado
sin razón muestra desquicio.
Pues aquel santo varón
a nadie había hecho perjuicio;
al contrario, con el bien,
de los cielos se ha gastado.
Y los mira con perdón
aun con sus actos malos,
solo calla y sabias son,
sus respuestas al prelado;
¿Quién dices que vos sois?
¿Eres el hijo de Dios?
y responde tú lo has dicho,
ratifica envestidura
de su origen tan divino.
Y condenaron a aquel
que les había sanado,
pues el diablo con furor
a matarlo fue obstinado.
Y no dejo de mirar
con amor a acusadores,
suplicaba: perdónales Abbá,
a esos bravos pecadores,
que en su corrida de cruz
ya después lo salivaron.
Burlas de aquejadas bocas;
insultos y blasfemadas,
de aquellos la pronta respuesta
de aquella triste mirada. Fin
Lic. Isaías González Arroyo.