El abandono frustrante,
las sonrisas constantes.
La indiferencia a mi propio dolor,
aquella que tiñe mis ojos de diferente color.
No existen más encubridores;
Solo están las alucinaciones.
Al fin y al cabo,
aun en mí queda algo de esa niña silenciosa,
disgustada de las sonoras risas
y aburrida de las palabras precarias.
A pesar de todo sigo siendo la misma:
Una simple pequeña de miradas agrias.