Érase que era una vez, de la gran fe;
de las vírgenes negras y benbuas
que sabían ¨juntar¨ fogones.
Eran años de Dios, de mayo y agua bendita,
las viejas a su rosario, los hombres arrodillados
a plantar lo del invierno.
De las noches tenebrosas, ocultados en bohíos,
crujir de dientes, carcajadas de ángeles nocturnos,
espíritus de faenas, Apocalipsis en el conuco.
El despertar era verde, el vía-crucis de los cuervos
que anunciaban el graneo; ya llegaban los del pueblo
que no entendían las ofrendas –no es paganismo,
compradre, es carne pa’l capellán.
De los profetas descalzos; testimonio el de
Nonino: por la soez al padrino, el diablo lo
encaramo en el jabillo de espinas. Testimonio
el de los niños, con el hambre sudorosa, legua a
legua bajo el sol calzados con piel de hombre, en
harapos y sonrientes, sabrá Dios adónde van.
¿con que cara, capellán, con que cara, reverendo;
Pide usted la confesión a quien vive en penitencia?