Es cuestión de ver en el abismo insondable de nuestros sueños, y mirar con los ojos cerrados y escuchar con los oídos del alma, para entender. Que más allá de ese cielo estrellado hay una luz. Una luz efervescente y bella, que al llegar la noche, permea las almas de amor e infinita esperanza. Y al unísono, esta tierra, se baña en dolor, sangre, mutilación y muerte.
De pronto, el silencio se hace grande, se hace espeso, se hace eterno. Ese silencio, que guarda por siempre en su pupila el guerrero, ahora es fuego, es fuerza y valentía, y en minutos, decepción amarga. Ese, que en lucha fratricida perforó el más hondo de sus sentimientos. Ese, que en otro lugar y momento, taladra los oídos y orada el pensamiento.
¡Ese silencio que igual fue tuyo, también es mío!
E ipso facto:
Se oye el ruido estruendoso de la tanqueta acercándose lento, casi que imperceptible, como lo hace el enemigo con el puñal en la espalda. De pronto, de su hocico brotan bocanadas de maldad intensa.
La luna inquieta baña la tierra en su iridiscencia e improvisados escudos resisten como si fueran fuego, la maldad y odio incontenible del asesino. Chorros violentos de agua, esferas de cristal, balas de goma, y de aquellas, que devuelven el cuerpo a la tierra y el ser al infinito. Una bandera ondea airosa, y la otra, cubre la espalda y ata la cintura en protección eterna.
¡Es mi patria, es su sangre!
¡Es la fuerza, su juventud sagrada!
¡Es la furia que sacude el alma!
¡Es el aliento que la tierra implora!
*Fotografía de David Hernández
Luz Marina Méndez Carrillo/15072021/ Derechos de autor reservados.
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