Ven, acércate a mí, demos el salto
por la cornisa indómita del sueño.
Lancémonos, pongamos nuestro empeño
de volar sobre el frío y duro asfalto.
Hay un verso escondido en cada noche,
una rima profunda como un pozo,
donde tiene el amor su calabozo
y a la vida se aferra bajo el broche
del pecho, que palpita sin descanso
por sentir, como un gato a su manera,
la caricia del tiempo, la ribera
del río en un presente verde y manso.
Aguas abajo todo se diluye:
la piel, el corazón, la sangre, el alma
y el fuego que, de adentro, viene en calma
para arder tras la carne que nos huye.
Aguas arriba los recuerdos ruedan
con la mala costumbre de asaltar
nuestras conciencias vanas con un mar
de dudas y porqués, que se nos quedan
cuando no deberían sino ser
como la misma nada que nos cubre
con su mantón de estrellas y descubre
como iguales al hombre y la mujer
al poner el espíritu al desnudo
en cada verbo, imagen, sentimiento
expresos (o no dichos) en el viento
que nace de la boca y cierra el nudo.
Personas que al final, como al principio,
palabras son: nacer, crecer, morir;
dejar en el camino, tras partir,
tus huellas paso a paso, ripio a ripio.