Respira, respira era lo que le decía.
Él desafiante, ella titubeante.
Ella temblaba, y él la miraba;
eran simplemente la imagen del placer.
Se le acerca y la acaricia
como si fuera su más preciado tesoro
y ella se envuelve en sus manos;
para ella, él lo es todo.
Ese momento mágico entre ambos,
ese lugar que ahora es su testigo
se llenan de algo puro y blanco
y donde la tristeza se ha ido.
De repente ella suspira
dando así el inicio de una melodía
de ansias contenidas, ternuras esparcidas
y besos tan cálidos como sol de mediodía.
Los dos por un momento se quedan sin aliento,
él piensa que ella no es una chica más
y la ama con locura y pasión
porque sus caricias son profundas como el mar.
Bailan juntos el baile del amor
sin pensar que podrá pasar mañana,
ella ingenua, inocente de sí misma
ya no le preocupa su alma.
Se envuelven en un éxtasis embriagante
donde los cuerpos se descubren
y se asombran cada vez que se ven
porque se encuentran perfectos a la vez.
Él la mira otra vez y cierra sus ojos
como queriendo atraparla en su mente,
donde le pondrá un cerrojo
para amarla y recordarla eternamente.
Se desnudan bajo una manta de sudor
y ella se entrega como un prisionero
para ser encarcelado en una cárcel
donde el sea su único dueño.
Es todo tan relativo, pero tan dulce,
Tan sencillo, pero bello;
es que son almas opuestas,
pero unidas como una carta y su sello.
Más que placer, ellos se amaron,
descubrieron algo nuevo;
simplemente se amarraron
al más bello pensamiento o sueño.
Él feliz por tenerla en sus brazos
y ella en paz por tenerlo en ese momento.
Ambos alegres por estos lazos
que seguirán a través del tiempo.
Eso es más que placer,
descubrir que se necesitan aún más,
desear cada brillante amanecer
porque sabrán que cada uno a su lado está.