Cayendo la última hoja de aquel árbol solitario.
Preparando su cuerpo para el cambio de estación.
Como lo usual, como siempre ha sido.
Todo el tiempo lo mismo, cada día igual.
De mascaras ha decorado su alma para parecer algo diferente.
Para adaptarse al flujo de la vida.
Intentando sembrarse en el mismo lugar,
en su zona de paz.
Nada podría nunca golpearlo dentro de su estado mental.
Creyó protegerse de cualquier clima,
de cualquier cambio.
Lleno de miedo sobrevivió años sin haber vivido.
Emulando sonrisas y tranquilidad su espíritu se durmió.
Qué podría siquiera tocarlo,
nada podría derribarlo.
Su razonamiento lo ocultó de todos y lo cuidó del mal imaginario.
Jamás sintió dolor,
jamás sufrió,
pero nunca disfrutó.
Aquel ser inamovible,
aquella alma intocable,
dejó de creer en sí misma,
dejó de creer que vivía.
Y se dejó llevar a ningún lugar,
sin rumbo determinado.
Su mente volaba y creaba realidades en las que quería creer,
pero a la vez destruía sin compasión.
Envenenado de soledad se rodeó de otros para intentar aliviar su mal.
Su alma gritaba y nadie escuchaba,
desesperado dañó a otros sin pensar.
Siguió su rumbo a cualquier lugar,
buscando algo perdido que jamás había imaginado.
Un día ahí se encontró a si mismo,
reflejado en los ojos de aquella dama de luz.
Lleno de curiosidad corrió hacia ella y preguntar cómo era que lograba brillar tanto.
Cómo era que podía estar viva en aquel bosque perdido,
en aquel mundo destruido.
Sus tibias manos le enseñaron a sentir la paz en el corazón,
sus gruesos labios le enseñaron a hablar sin decir palabras.
Aquel ser no comprendía tal visión.
Era una noche oscura y fría como todas,
no había esperanza que iluminara su camino,
pero ahí estaba ella,
iluminando un sendero desconocido al borde del abismo.
Sin dudarlo eligió seguir su belleza e intentar comprender.
Algo dentro de él estaba naciendo,
algo que él no entendía.
Una realidad estaba creciendo en su mente,
una dimensión de emociones.
Nada tenía sentido y a la vez todo era armónico.
Una belleza caótica como polvo de estrellas.
Él aprendió a vivir en esa realidad,
él se dejó llevar otra vez.
Ahí estaba él,
perdido en una realidad en la que ni siquiera creía.
Era un estado de locura eufórica.
Ella le enseño a disfrutar,
le enseño a no pensar tanto.
Lo imposible pasó,
lo increíble de aquella experiencia era incomprensible.
Con aquel abrazo ella tocó su alma,
algo que él creía haber perdido en algún lugar que no quería recordar,
ni podía.
Pero ahí estaban los dos,
como en los primeros instantes del cosmos,
creando lo improbable.
Construyendo y destruyendo mientras intentaban encontrar a su verdadero yo.
Aprendió a vivir con ella,
a creer en ella.
Nada podía brillar sin ella.
Aprendió a destruir sus miedos.
Todo aquel caos se convertía en orden al compas de sus caderas.
Nada era tan malo después de todo.
Aquel poder y placer concebido a esas dos almas era demasiado para controlar.
No podía contenerse,
todo era explosivo e intenso.
Sin darse cuenta construyeron un miedo juntos,
un miedo a perderse de nuevo.
Él no lo esperaba,
jamás lo creyó,
pero ella su mascara,
jamás se quitó.
Un día se fue y aquella realidad se convirtió en sueño,
en ilusión.
Y entonces entendió,
que su mente inmutable llego a ser maleable.
Nada fue igual,
aquellos cristales que componían tan bella realidad,
rompieron en fragmentos cortantes.
Su mente se transformó en un instante,
en un momento inesperado.
Y de nuevo él se vio perdido en aquel bosque,
con sus mascaras y escudos destruidos.
Pero entendió que el camino que debe seguir,
aún estaba por ser encontrado.
Tomo aquellos cristales y los transmutó en agua,
bebió aquel elixir hecho recuerdos y arrancó sus raíces.
Al fin dejó de crear realidades,
decidió caminar y vivir.