En la guerra, las manos de los pianistas se agrietan,
las letras de los escritores se quedan ahí, en la mente, si este muere se asfixian en el baúl del cerebro.
Las tejedoras tejen sueños de ser libres por siempre.
Los niños esperan que griten “A jugar”.
Los pies del balletista se estropean, corre rápido, le dicen, él o ella corren, pero no danzan.
En las guerras, porque siempre las hay, bacteriológicas, tecnológicas, militarizadas y unas cuantas silenciosas, (esas son las peores)…. Bueno, me reservo lo peor para otras, las mentales, las de uno mismo con el insomnio de aliado y el día acabado por la somnolencia. Donde uno es su propio enemigo, donde el pintor no quiere porque quiere, agarrar el pincel ni el escritor la pluma ni el actor actuar o el fotógrafo fragmentar los pixeles de un panorama contento. Donde el cantante no quiere afinar la voz y en resumidas cuentas el humano se sucumbe en sus penas. No se levanta a combatir, se rehúsa a ser guerrillero de si, no hay fuerza. Se cree que no cree, y lucha diariamente con poder levantarse.
Mira alrededor, mira paredes, es incapaz de ver al cielo, esta avergonzado, quizá de sí mismo.
Pero en las guerras, siempre hay guerreros: unos muertos, otros que sobreviven. Los de las guerras mentales, esos muchas veces son los suicidas, y el suicidio… ahora, en este pensar nuevo que he adoptado en mi evolucionismo, creo que es una pena. Técnicamente uno se adelanta a algo que de por sí ya está puesto a predestino.