Te voy a hablar en silencio,
ahora.
El silencio de tus ojos.
El silencio grita tras el iris
caleidoscópico que se cierne a tu mirar.
Silencios que pululan de palabras,
de vocablos sin conceptos ni diccionarios,
sin el tegumento que proporciona
una deficiente definición, concepto
que no abriga el verdadero sentido
que una palabra en libertad expresa.
Esa es tu mirada, una mirada que escribe,
una mirada que penetra la endodermis
hasta calar en unos huesos fríos, húmedos
de caricias, escasos del calor de antaño,
de aquel calor que proporcionaba el cercano
seno de una madre lactante, de quien la sangre
que en ocasiones salpicaba de sus pezones
no era óbice ni obstáculo al amor, se limpiaba
y se esperaba el estañarse consecuente.
El silencio de tus labios.
Tus pétalos que en horizontal rojos
vibran al sentimiento que te produzco,
tal que cada vibración es un morse, un signo
al aire que se condensa en mi centro neurálgico,
en mis yermas amígdalas que de limbo
no sienten —a veces, el reptil que yace bajo
la cebolla cerebral sale a mi rescate.
El silencio de tu frente.
Esa meseta que en vertical se explaya yerta,
que describe surcos ya de frutescente sabiduría,
de milenios de altamiras y atapuercas concentradas
en un lienzo de carne, que se desdibuja.
El silencio de tu lengua..........