En el atardecer de mi vida,
crecen fatuas sombras del ocaso,
que tornan tembloroso mi paso
ante la gran penumbra homicida;
contemplo con alma estremecida
bermejas lanzas en que me abraso,
y busco un refugio en tu regazo,
terreno Edén que nunca se olvida;
con flechas argentinas, la luna
se levanta entre su reino pálido,
presagio de una ingrata fortuna;
pero llegas con tu aliento cálido
a cambiar escenario que abruma;
me rescatas porque mucho te amo...