Me he dado cuenta
que los muertos no mueren.
No realmente...
Habitan aquí,
no como espíritus de humo,
no fantasmas translúcidos.
Aquí están,
sobre nuestro cuerpo sólido,
cada palabra imitada,
todo trastornado
atisbo de memoria.
Nuestros muertos
nos moran,
y es por eso
que no mueren.
No realmente...
Viven en las copias:
envases de juventud
e ignorante inocencia.
Nuestras casas, sus lápidas.
Nuestro recuerdo, su epitafio.
Cada lágrima solitaria,
evidencia de su inmortalidad.
Cuánta ausencia hay en las criptas.
Cuánto vacío bajo tierra.
Los muertos no mueren,
y tal vez los fantasmas existen.
Somos nosotros,
que con nuestra nostalgia viva
e ilusiones que reculan,
resucitamos a nuestros muertos.