En un velero
marcharon nuestros sueños
sin rumbo fijo.
Aquella infancia
surcaba los océanos
sin tener miedo.
Olas gigantes
rompían en la quilla
y atrás quedaban.
Una bandera
se alzaba con tu nombre
sobre mis ojos.
Y te veía
cual rosa de los vientos
y eras mi norte.
Brújula tierna,
al norte me indicabas
y te seguía.
Al fin llegamos
después de un largo viaje
con peripecias.
Guardo los besos,
el yodo y el salitre
de aquellos labios.
Guardo tu rostro,
tus ojos, en mi alma
y corazón.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/02/21
Recuerdo muchas imágenes y escritos sobre una escena parecida. El barco que partía y con él los sueños de un misterioso tripulante que hacía de todo, de marinero, de capìtán y que, tal vez, era solo un grumete o el nieto, al que un abuelo contaba una historia mientras preparaba las hebras de tabaco en la cazoleta de su vieja pipa.