Amor, mía eres desde que la fragancia del mundo arropo tus manos, cuando los túneles de tus luceros guiaron mis pasos hacía mi destino, cuando tu voz bajo del cielo y se estrello en mis campos. Sortilegados petalos, de uno en uno vistió tus uñas y yo desventurado cai en tu nombre de flor, y descanse en la turgencia tus pechos,
Tus manos eran suaves como nubes, tus labios eran de vino y yo como un borracho añoraba cada día beber de tus besos.
Eras como un rayo en la arena, tus cristales reverberaron los mares y en mi ojos se plasmaron tus dones de la naturaleza.
Y fuiste mía, tu país me regalo tus sonrisas, tus uñas, tus cabellos, tu voz tan fina y sosegadora: naciste para mi, tu y yo, nacimos el uno para el otro.