XXII. Te acercás apuntándome con tu palabra desnuda,
Con el caldeado jugo de tus zarzas ardidas,
Con el fracaso perfecto de ser yo
El que se enredó en tu atrapasueños esta noche.
XXIII. Lo único premeditado fue pasearte entre mis manos
Como a una moneda, o a un anillo, o a mi mísera salud.
Todo lo que improvisé fue el modo de clavarte
Mis dientes hasta transformarte en el gusano de la manzana.
XXIV. Temporal de antídotos e insecticidas.
Tus pupilas boquiabiertas-
Finísimas agujas sin minutos-
Me van zurciendo al vacío.
En la borra de tu sexo se leen las promesas
De los descafeinados.
XXV. Aquí otoña tu quimera,
Interrumpe mansamente su llamarada.
Solemne, el cielo se despeja para confundirnos.
¿Cuánto desbarata (o encarece) nuestra lujuria
Si la distancia no puede sostenerla
Entre el \"había una vez\" y las perdices del cuento?
XXVI. Un borde a tanta alegría:
Estas horas colgadas sobre el calefactor,
Secándose como hojas por moler.
Un borde a tanta libertad:
Derramás tus eslabones de plata,
Liquidísimo mercurio ardiendo sobre mi pecho.
Un borde a tanta claridad:
Este beso es mi coartada como testigo involuntario,
Tu sal es la única mentira que me trago completa.
XXVII. Alzamos vuelo hacia algo más allá de nuestra muerte.
La abrupta ternura del durazno que nos desmenuza;
El pulso de una herida cicatrizando
(¿Somos la llaga? ¿Somos la cadencia?
¿Somos la marca que quedará?);
El azúcar vertido almibarando la sangre;
El grito culpable y voraz cuando el orgasmo,
Como pedrada rompiendo tejados y esperanzas.
Alzamos vuelo haciendo una tormenta naranja y efervescente,
Hasta que sólo quedan
Los carozos de lo que seremos.