Silencios luminosos
(alejandrinos blancos)
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A veces amanecen silencios luminosos
y espesos, como un barro llameante, o sutiles
como aire en que retornan frágiles los recuerdos
y forman cuerpo y pesan, como pesan los años
por detrás de los ojos, que miran el vacío
que dejan las personas que, de pronto, se van
sin saber para dónde, sin decirnos adiós.
A veces la tormenta estalla por adentro
en las oscuras rimas de no saber por qué,
de no obtener respuestas, más allá de un dolor
que se incrusta y, latente, permanece hasta el fin
para que lo mastiques, amargo cada día,
y te enfrentes desnudo con la realidad.
Que somos los escombros que quedan de la ruina
donde florece, efímera, la carne y la palabra
que mana sin filtrar desde lo más profundo
para hacerse de luz en el aire y el tiempo
como una mariposa que, aún tras su crisálida,
bate alegre las alas sobre el sueño del ser.
A veces anochece, en el alma, la vida.
Y, en la noche, el silencio musical de la luna
nos sube un universo impalpable a la boca
que se derrama, tibio e infinito, en los ojos
para que, respetuosa, sea dicha oración
y amanezca, de nuevo, en la voz otra vez.