Libo de las mejores mieles.
Eso dice Erasmo
cuando levanta la cabeza
de las páginas de un libro.
Quisiera decir lo mismo.
No sé si mis fuentes
son las más limpias,
el musgo se ve en el fondo
mas el agua yace tersa,
fresca, undosa al sonido
de un violín lejano.
No sé si mis fuentes
son las más nutricias
mas me sacian de sed,
y se tercian a mi camino
cuando la sed apremia.
No sé..., pero sí sé
que me bastan, sacian,
me hacen no pensar
en mejores aguas,
más tormentosas,
más cascádicas
más cataráticas
con más peces surcando
la calma chicha del instante.
Quiero pensar
que como Erasmo
libo de los mejores libros,
bebo de los mejores remansos,
succiono de las mejores ubres
rezando que no hallen sequedad
en el fragor de mi urbe —
alejado del mundanal y horaciano
ruido— y aspiro a las mejores mieles
aunque la rojez de la picadura
sea mi factura y mi deleite.
Quiero pensarlo.